Mazda CX-9

En un segmento plagado de opciones familiares, donde muchos apuestan por el volumen y otros por la potencia sin sutilezas, la Mazda CX-9 se planta como un SUV de tres filas que busca ofrecer refinamiento, dinamismo y diseño sin llegar al precio de los alemanes. Sin embargo, en este último año de producción antes de dar paso a la nueva CX-90, ¿sigue siendo una elección válida para el público latinoamericano exigente?

A primera vista, la CX-9 se percibe como un SUV sofisticado. El lenguaje de diseño KODO – Alma del movimiento se expresa con fluidez en su silueta alargada, la parrilla frontal cromada y las ópticas afiladas con tecnología LED. Las llantas de 20 pulgadas y detalles en negro brillante refuerzan una estética sobria, sin caer en excesos deportivos. Mazda sabe que la elegancia atemporal vende, y aquí la ejecuta con precisión quirúrgica.

El habitáculo es quizás el punto más fuerte de la CX-9. Todo está donde debe estar, con materiales que rozan lo premium: cuero Nappa, insertos en aluminio cepillado y costuras visibles que recuerdan a las marcas de lujo. El aislamiento acústico es notable, y los asientos delanteros ofrecen un nivel de confort perfecto para viajes largos.

La segunda fila es amplia y deslizante, mientras que la tercera fila es funcional para niños o trayectos cortos. El baúl, con todas las filas en uso, no es generoso, pero mejora considerablemente al rebatir la última fila.

Bajo el capó, la CX-9 equipa un motor 2.5 litros turbo de 4 cilindros que entrega 250 hp y 434 Nm de torque. Está asociado a una transmisión automática de 6 marchas

En la práctica, acelera de 0 a 100 km/h en alrededor de 7,2 segundos, lo cual es más que respetable para su tamaño. El chasis está bien calibrado, con una dirección precisa y una suspensión que prioriza el confort sin dejar de ser firme en curvas. El consumo teórico ronda los 9,8 km/L en ciudad y 13,5 km/L en ruta, el consumo mixto durante los 500 km de pruebas fue de 7.8 km/l. Cifras razonables para un SUV de este porte.

Lo que sorprende al volante de la CX-9 es lo bien que equilibra su tamaño con una respuesta al acelerador ágil y progresiva, especialmente cuando el turbo entra en juego. La dirección transmite confianza y la suspensión —uno de sus mayores aciertos— absorbe las imperfecciones del camino con una eficacia que roza lo mágico. Literalmente, pareciera que en Montevideo no hay pozos. Incluso en calles deterioradas, se comporta con una suavidad que no compromete el control en curvas. Es de esos SUVs grandes que no te cansan al manejar, sino que invitan a seguir sumando kilómetros.

En seguridad, todas las versiones incluyen control crucero adaptativo, alerta de colisión frontal y mantenimiento de carril. Faltaría el sensor de punto ciego para completar el pack de seguridad recomendado. 

Donde la CX-9 empieza a mostrar la edad es en el sistema de infoentretenimiento. La pantalla de 9 pulgadas tiene un look and feel de la década pasada, desde el touch hasta el aspecto de los iconos es viejo, se opera mediante un dial en la consola central. Aunque es intuitivo, se siente como si fuera del 2010 y no del 2025, especialmente si se lo compara con sistemas de realidad aumentada o pantallas flotantes más modernas que ofrecen sus competidores.

La Mazda CX-9 es uno de esos SUVs que parecen no necesitar gritar para llamar la atención. Su propuesta de lujo más accesible, diseño elegante y manejo refinado sigue siendo válida en mercados latinoamericanos donde no todo pasa por el badge de la marca.

Eso sí: el sistema multimedia, si bien funcional, es su gran punto débil en una era donde la conectividad es tan valorada como el rendimiento. Si podés perdonarle ese desliz, te llevarás uno de los SUV más agradables de conducir y convivir, justo antes de que lo remplacen por una versión más tecnológica… y más costosa.

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